Así llega, al fin el fin. Esa esquina que no queremos doblar, el instante que vivimos evitando, el momento en que, llenos de vértigo nos toca abandonar de un salto nuestro edificio en llamas.
Escapar de los escombros, salir en una balsa del barco que inevitablemente se hundirá. Ya sabes, apagar la fogata, tapar los espejos, soplar la vela. Barrer, quemar las naves, cerrar las cortinas, nadar a la orilla. Hacer maletas, saltar de nuestro coche sin frenos, abrir el paracaídas. Salvarnos la vida.
Por que al final, es mil veces mejor cojear con nuestra vida en brazos, que bailar con el alma en brazas.
lunes, 21 de noviembre de 2016
domingo, 20 de noviembre de 2016
Náufragos a propósito
Habrá días en que los cielos estén oscuros para nosotros. Cuando parezca que el mundo está en nuestra contra. Bueno... tenemos suficiente amor para crearnos un mundo propio. Haremos el amor, como dos desterrados. Olvidaremos todo entre caricias y sutiles gemidos. Nos perderemos, en nuestra respiración acelerada. Tatuaré mis besos por cada rincon de tu cuerpo, me perderé en tu cuello, te apretaré contra mi. Y cuando un último suspiro de placer eleve mi voz al cielo, habremos recordado que nos pertenecemos y que no existe nada mas hermoso que el tenernos el uno al otro.
sábado, 19 de noviembre de 2016
En un parpadeo
No te enamores del recuerdo, no suspires con las cartas viejas y arrugadas, piensa que la rosa guardada entre las hojas de tu libro preferido de poesía ha perdido ya su aroma y el rastro de su jardín.
Piensa que existe este momento, pero nadie nos asegura donde estaremos cuándo la manecilla larga del reloj bese su siguiente posición. Cuán cerca de mi habrás llegado ó cuán difícil será despedirte para siempre.
No me prometas quererme toda la vida, ni todo el día ni toda la noche, por qué finitos somos y efímera es tu sombra.
Por qué yo te amo. Te amo ahora, en este momento que te veo durmiendo y no se qué tanto habrá crecido esto en mi pecho cuando respires en el siguiente segundo o cuantas ganas tenga de no volver a verte para cuando escriba la siguiente palabra.
Así funcionan mis engranes, a base de la incertidumbre.
Desgraciadamente eres mi vida y vivo deseando que seas mi muerte por qué sólo así tendría asegurado terminar en tu regazo sin importar el camino que elija tomar o el camino qué elija tomarme.
martes, 11 de febrero de 2014
Escaramuza
Cuando veo los párpados y su fruto redondo, hago cálculos en una roca donde las olas me persiguen. ¿De que me sirve las fatalidades? Este imposible y distante amor, la erudición de su universo, mi tiempo vago, el irremediable pasado y el remoto sufrimiento. Si todo me vuelve tan distante y lejano. Perdí posibilidad de amar. La importancia de contener la armonía. La dignidad. El curso natural. Todo lo que el silencio me había concedido. Es el amor. Como nunca está creciendo su cueva. Ya la noche denuncia complejos. De penas, los hombros encojo y pienso que vivir es cada vez una ausencia. Es, lo sé, el amor. Donde no existe la paz. Donde Todo se muere en la garganta. Donde los besos ensangrentados encuentran sus suicidios. Entonces ¿Cómo combatir mi sed, su ausencia, mi desesperada inexperiencia? ¿Cómo salvarme del horror de la memoria? Si de pronto el hambre del recuerdo cumple su condena en mi pena. Es casi real, esta mitología que a martillazos me he negado. Esta ansiedad de vivir en paz sin ella. Como si el sufrimiento fuese el único camino a mi blasfemia. Ahora me duele. Esto, duele. Los ejercicios de las máscaras. Los hábitos comunes. Los sueños amorales. Esto es por una mujer. Mi amor mitológico. El horror de lo ulterior. A esta noche caída como en sus ojos difuntos. Esta noche como nunca estoy enfermo de ella. Esta noche es por amor.
lunes, 9 de diciembre de 2013
Pequeño hombrecito.
El tráfico y las ganas de orinar me interrumpen el sueño. Despierto
enojado arrugando el rostro soñoliento y enseguida camino al baño tambaleando,
no tengo resaca (no bebo) pero soñé algo verdaderamente mágico o algo así como
un sueño profundo que me dejó estupefacto. Desperté como si despertara después de
haberme sedado, pero todavía guardaba un poco de cordura, así que tomé del baño
el jabón todavía empaquetado y la arrojé con todas mis fuerzas por dónde más se
oía a los conductores tocar el claxon. Mi esfuerzo ha sido inútil, todavía suena
el Ti Ti, pero sonrío y me siento satisfecho, ya oriné y no me duele la vejiga y ya me desquité con
los taxistas, así que vuelo por el estrecho a mi cuarto como una hada madrina flotando
sobre el suelo dejando mi cuerpo caer en la cama. Se siente genial. No, ahora se
siente mágico.
No sé después de cuanto tiempo, pero suena el teléfono, la ignoro por un pequeño rato, y al final como siempre contesto.
–Bueno? –Dije con la boca agria.
–Cual bueno ¿¡A qué hora mierda vas a venir!? – Dijo con una voz verdaderamente endemoniada.
– ¿Quién es?
–Como que quién es hombrecito de mierda –dijo y se desorbitaron mis ojos – es más de medio día ¿vas a venir o no?
–Ah. Sí, sí –Dije viendo el reloj de pared – ya voy.
– ¡Apura!
Enseguida doy un brinco al suelo, me incorporo y con el cuerpo erecto veo en el espejo mi rostro aceitoso, veo un orzuelo en el ojo izquierdo, no le tomo importancia por el tiempo. Cuelgo el teléfono. Ayer no me bañé, estaba muy estresado como para bañarme (tal vez deba ser un motivo para bañarse, pero para mí es un motivo para dormir) Giro y veo de reojo mi cuerpo de perfil, no está mal, he bajado de peso pero mi rostro aún sigue con el efecto del colesterol así que voy al baño a lavarme la cara pero no encuentro el jabón, abro el caño y no hay agua, recuerdo que no hemos pagado, entonces ideo un plan para mañana. Compraré una botella grande de agua mineral, no va alcanzar para bañarme, pero alcanzará para lavarme los dientes y la cara, los sobacos y un poco para mis sábilas.
De regreso a mi cuarto rápidamente busco entre el montón de trapos de la silla mi jean azul, la encuentro y con dificultad introduzco mis piernas en su interior, continúo con las zapatillas negras, tomo el polo marrón y finalizo con una casaca gamuza que también es de color marrón. Salí despavorido a la avenida alisándome el cabello.
Había dormido mucho y no me di cuenta de cuánto tiempo
exactamente dormí después de haber despertado a orinar. Bueno no sé, pero mi
teoría es que este trabajo cada vez me importa menos (en buen peruano “una
mierda”)
Pero en realidad no importa. ¿Qué mierda te pasa Elmer? –Já. Ahora te vas a joder, sí, te vas a joder por pendejo. Pero qué más da, me eché una siesta de fantasía -sí, te echaste una siesta que merece un par de patadas en los huevos. No, en realidad, me siento calmado. Solo será un grito y sonrío elevando el brazo para llamar la atención, solo alguien me mira, giro a una panadería a comprar un vasito de yogurt y la chica que atiende se sonroja al ver en mi ojo el abultado orzuelo, le pregunto si cree que en verdad viendo el orzuelo se va a contagiar, me dice que sí, y en mi interior río porque en el pasado también me engañaron con eso.
–No te va a pasar nada.
–No, no te preocupes.
–Ah.
Tiene aproximadamente doce años, y recuerdo que hasta hace tres años yo también creía que el orzuelo se podía contagiar, tengo dieciocho años y he dejado aquello, tal vez si hubiera insistido aún hasta hoy creería que el orzuelo es contagioso, pero poco a poco olvidé aquello, como luego de encontrar mi pata de conejo pudriéndose. Bueno cuando tenía ocho años no tenía dinero para comprar uno y justo cuando necesitaba suerte el abuelo mató a uno de sus conejos por el cumpleaños de la tía Mary.
Me quedo pensativo, mientras le quito la envoltura de aluminio que me impide tomar el yogurt. Llego a la avenida donde siempre espero un taxi y enseguida se detiene uno azul.
–A donde lo llevo señor?
–Cuadra once de la avenida Marquez.
Asintió el taxista con la cabeza
–Cinco soles –Dijo con una mueca de asco viendo el orzuelo en mi párpado.
–Vamos –Dije con indiferencia.
Soy pudoroso en cuanto a elegir mis palabras, prefiero
evitar cualquier tipo de altercado que me pueda relacionar con los demás.
–Tu silencio es bastante agradable –refunfuñé a mitad de camino.
–El clima está loco –Dijo como si me hubiera escuchado.
–Mierda – murmuré a sus espaldas.
– ¿Qué?
–A mí me parece normal –Dije viendo con indiferencia a través del parabrisas.
–No señor, a mí me parece una mierda –Dijo y pensé rápidamente que mi vida corría peligro – Ayer hacía calor y hoy hace un frío del asco.
Elevé la mirada buscando sus ojos en el retrovisor, me vio y se sonrojo por un instante y se limitó a conducir.
–Tiene usted razón.
–Sí, ¿Y cómo se llama usted? –Dijo y pienso que el tipo está alcoholizado.
– ¿Cuánto falta? –Dije después de un minuto.
Hubo un silencio
hasta finalizar el recorrido. Me presumo un hombre calmado, por eso finjo que
llevo las cosas bien. Pero en realidad quisiera estrellar su rostro contra el
timón, darle un puñetazo y luego salir corriendo a perderme entre la gente.
Pero no me conviene ser atrapado. Mis pies son demasiado torpes, a lo mucho
cruzaré media cuadra sin que me tome de la espalda y me zampe un par de
puñetazos gritando: ¡Adonde vas hijo de puta! Así que bajo del taxi, lo pienso una vez más
y tomo por consiguiente ser el buen hombre que aparento.
–Tome señor – Dije con una hipocresía del infierno.
–Muchas gracias joven.
Y se fue mi amiguito el taxista, ya jamás lo volveré a ver, por alguna razón lo extrañaré.
Minutos después Jaime enojado por mi tardanza, me permite defenderme esta vez, pero yo simplemente callo, mi silencio es incomprensible y al parecer desesperante para él. Así que en mi cabeza busco la manera de convencerle aquel hombre que soy un buen tipo, que solo necesito paciencia. Sin importar lo que diga terminaré por arruinar mucho más su día, entonces me quedo callado. El habla y no le pongo atención, mi mente hierve en imágenes de mi vida pasada. Los valles fríos, el rocío entre la hierba mala, el río cristalino, niños jugando a las escondidas, mis amigos, nada más importante y hermoso de ese día.
Jaime se retira y descaradamente me siento en mi puesto de trabajo. Prosigo con mi faena. Me he atrasado tres horas, así que tengo que terminar mis deberes lo más pronto posible, pero me encuentro un tanto deprimido así que enciendo la computadora y busco en YouTube música Hindú. Intento número uno fallido. Lo intento con Europe de Santana y vuelvo al fracaso. Busco porno y logro excitarme. Pienso: Intento número tres exitoso. Sin que nadie me vea empiezo a tocarme por encima del pantalón y más tarde entro al baño a masturbarme.
El día finalizó de manera correcta en el trabajo, solo
fueron tres horas de atraso, pero las compensé haciendo unos trabajos extra así
que me siento satisfecho y camino por las calles de Lima intentando no ser
evidente. Lo sé.
Intento no ser evidente, pero muchas personas me miran. Lo sé perfectamente, tengo un rostro bastante extraño. En varias ocasiones al verme en alguna vitrina cualquiera de un sitio cualquiera, veo un rostro cualquiera. Un rostro extraño. Un rostro en manifiesto. Una bandera de la decadencia, el símbolo de la desesperanza. Un rostro antiguo con costumbres melancólicas. Un rostro pesado difícil de llevar. Un rostro sin sentimientos, sin voluntad.
Un rostro sin amigos, con padres pero lejos, con hermanos pero sin ellos, con un gato pero callejero. Un rostro extraño, pero no desconocido. Un rostro en compañía, pero sin nadie. Un rostro sin nadie pero consigo mismo. Un rostro que cree en los demás, pero no en sí mismo. Un rostro que odia a los ricos, pero que quiere ser rico. Un rostro que quiere a los pobres, pero no quiere ser pobre. Un rostro soñador, pero perezoso.
Un rostro amigo de la vida pero con impulsos suicidas. Me veo en la vitrina y recuerdo todo esto. Y una mueca grotesca de risa altera mis sentidos, rio descaradamente sin importar que me vean. Mi plan es: que solo tengo dieciocho años y creo que algún día escribiré todo esto, ahora solo tengo que relajarme, ir a casa, sentarme en la cama con la espalda en la pared, encender la tv y beber una gaseosa.
No sé después de cuanto tiempo, pero suena el teléfono, la ignoro por un pequeño rato, y al final como siempre contesto.
–Bueno? –Dije con la boca agria.
–Cual bueno ¿¡A qué hora mierda vas a venir!? – Dijo con una voz verdaderamente endemoniada.
– ¿Quién es?
–Como que quién es hombrecito de mierda –dijo y se desorbitaron mis ojos – es más de medio día ¿vas a venir o no?
–Ah. Sí, sí –Dije viendo el reloj de pared – ya voy.
– ¡Apura!
Enseguida doy un brinco al suelo, me incorporo y con el cuerpo erecto veo en el espejo mi rostro aceitoso, veo un orzuelo en el ojo izquierdo, no le tomo importancia por el tiempo. Cuelgo el teléfono. Ayer no me bañé, estaba muy estresado como para bañarme (tal vez deba ser un motivo para bañarse, pero para mí es un motivo para dormir) Giro y veo de reojo mi cuerpo de perfil, no está mal, he bajado de peso pero mi rostro aún sigue con el efecto del colesterol así que voy al baño a lavarme la cara pero no encuentro el jabón, abro el caño y no hay agua, recuerdo que no hemos pagado, entonces ideo un plan para mañana. Compraré una botella grande de agua mineral, no va alcanzar para bañarme, pero alcanzará para lavarme los dientes y la cara, los sobacos y un poco para mis sábilas.
De regreso a mi cuarto rápidamente busco entre el montón de trapos de la silla mi jean azul, la encuentro y con dificultad introduzco mis piernas en su interior, continúo con las zapatillas negras, tomo el polo marrón y finalizo con una casaca gamuza que también es de color marrón. Salí despavorido a la avenida alisándome el cabello.
Pero en realidad no importa. ¿Qué mierda te pasa Elmer? –Já. Ahora te vas a joder, sí, te vas a joder por pendejo. Pero qué más da, me eché una siesta de fantasía -sí, te echaste una siesta que merece un par de patadas en los huevos. No, en realidad, me siento calmado. Solo será un grito y sonrío elevando el brazo para llamar la atención, solo alguien me mira, giro a una panadería a comprar un vasito de yogurt y la chica que atiende se sonroja al ver en mi ojo el abultado orzuelo, le pregunto si cree que en verdad viendo el orzuelo se va a contagiar, me dice que sí, y en mi interior río porque en el pasado también me engañaron con eso.
–No te va a pasar nada.
–No, no te preocupes.
–Ah.
Tiene aproximadamente doce años, y recuerdo que hasta hace tres años yo también creía que el orzuelo se podía contagiar, tengo dieciocho años y he dejado aquello, tal vez si hubiera insistido aún hasta hoy creería que el orzuelo es contagioso, pero poco a poco olvidé aquello, como luego de encontrar mi pata de conejo pudriéndose. Bueno cuando tenía ocho años no tenía dinero para comprar uno y justo cuando necesitaba suerte el abuelo mató a uno de sus conejos por el cumpleaños de la tía Mary.
Me quedo pensativo, mientras le quito la envoltura de aluminio que me impide tomar el yogurt. Llego a la avenida donde siempre espero un taxi y enseguida se detiene uno azul.
–A donde lo llevo señor?
–Cuadra once de la avenida Marquez.
Asintió el taxista con la cabeza
–Cinco soles –Dijo con una mueca de asco viendo el orzuelo en mi párpado.
–Vamos –Dije con indiferencia.
–Tu silencio es bastante agradable –refunfuñé a mitad de camino.
–El clima está loco –Dijo como si me hubiera escuchado.
–Mierda – murmuré a sus espaldas.
– ¿Qué?
–A mí me parece normal –Dije viendo con indiferencia a través del parabrisas.
–No señor, a mí me parece una mierda –Dijo y pensé rápidamente que mi vida corría peligro – Ayer hacía calor y hoy hace un frío del asco.
Elevé la mirada buscando sus ojos en el retrovisor, me vio y se sonrojo por un instante y se limitó a conducir.
–Tiene usted razón.
–Sí, ¿Y cómo se llama usted? –Dijo y pienso que el tipo está alcoholizado.
– ¿Cuánto falta? –Dije después de un minuto.
–Tome señor – Dije con una hipocresía del infierno.
–Muchas gracias joven.
Y se fue mi amiguito el taxista, ya jamás lo volveré a ver, por alguna razón lo extrañaré.
Minutos después Jaime enojado por mi tardanza, me permite defenderme esta vez, pero yo simplemente callo, mi silencio es incomprensible y al parecer desesperante para él. Así que en mi cabeza busco la manera de convencerle aquel hombre que soy un buen tipo, que solo necesito paciencia. Sin importar lo que diga terminaré por arruinar mucho más su día, entonces me quedo callado. El habla y no le pongo atención, mi mente hierve en imágenes de mi vida pasada. Los valles fríos, el rocío entre la hierba mala, el río cristalino, niños jugando a las escondidas, mis amigos, nada más importante y hermoso de ese día.
Jaime se retira y descaradamente me siento en mi puesto de trabajo. Prosigo con mi faena. Me he atrasado tres horas, así que tengo que terminar mis deberes lo más pronto posible, pero me encuentro un tanto deprimido así que enciendo la computadora y busco en YouTube música Hindú. Intento número uno fallido. Lo intento con Europe de Santana y vuelvo al fracaso. Busco porno y logro excitarme. Pienso: Intento número tres exitoso. Sin que nadie me vea empiezo a tocarme por encima del pantalón y más tarde entro al baño a masturbarme.
Intento no ser evidente, pero muchas personas me miran. Lo sé perfectamente, tengo un rostro bastante extraño. En varias ocasiones al verme en alguna vitrina cualquiera de un sitio cualquiera, veo un rostro cualquiera. Un rostro extraño. Un rostro en manifiesto. Una bandera de la decadencia, el símbolo de la desesperanza. Un rostro antiguo con costumbres melancólicas. Un rostro pesado difícil de llevar. Un rostro sin sentimientos, sin voluntad.
Un rostro sin amigos, con padres pero lejos, con hermanos pero sin ellos, con un gato pero callejero. Un rostro extraño, pero no desconocido. Un rostro en compañía, pero sin nadie. Un rostro sin nadie pero consigo mismo. Un rostro que cree en los demás, pero no en sí mismo. Un rostro que odia a los ricos, pero que quiere ser rico. Un rostro que quiere a los pobres, pero no quiere ser pobre. Un rostro soñador, pero perezoso.
Un rostro amigo de la vida pero con impulsos suicidas. Me veo en la vitrina y recuerdo todo esto. Y una mueca grotesca de risa altera mis sentidos, rio descaradamente sin importar que me vean. Mi plan es: que solo tengo dieciocho años y creo que algún día escribiré todo esto, ahora solo tengo que relajarme, ir a casa, sentarme en la cama con la espalda en la pared, encender la tv y beber una gaseosa.
sábado, 7 de diciembre de 2013
El amigo que perdí.
Fueron largos los días que permanecí a
solas en la casa viendo a lo lejos, tal vez con la misma indiferencia que en
Lima como se sonrojan las personas que me miran. La verdad no me cuide físicamente.
Este año comí como nunca había comido, derroche dinero invitando almuerzos a un
amigo. Estaba al paso del día las frituras y el aderezo, las bebidas químicas,
a veces la barriga jodidamente llena y
otras los bolsillos jodidamente vacíos. Ojalá todo aquello se me fuera al poto
o al ombligo, pero toda esa grasa se me iba a la cara, haciendo una sopa en las
mejillas con revoltosos pequeños volcancitos a punto de estallar y engrasar mi
cara inflamada. Y los bolsillos vacíos, a la mierda.
No tengo ganas de salir, así que voy
por una gaseosa y un periódico, me siento en el umbral de la casa sin importar
que me ensucie el culo, bebo y leo,
sonrío y me pregunto: ¿Dónde están mis amigos? No lo sé, lo único que sé
es que todos están bien. Me pase los últimos días del mes viendo sus Facebook y
no es sorpresa que siguen engordado saludablemente. Han asistido a fiestas y han
hecho amigos. Algunos han terminado una carrera de instituto y tienen títulos, otros
siguen una carrera universitaria, algunos sonríen con sus mascotas bien cuidadas,
algunos sonríen abrazados con sus amigos, algunos con sus padres y no falta el
solitario en el espejo (pero feliz) y en ocasiones encuentro a alguien triste (pero solo lo demuestran en
comentarios) Al parecer nadie se ha percatado que me fui hace siete años. No
envío solicitudes de amistad. Me reservo el caso y prefiero salvaguardar su
felicidad y mi privacidad. He hecho de mí un hombre de pocos amigos. Un hombre
solitario a veces Feliz y a veces infeliz. Pero como siempre he sido bueno y en
ocasiones solo un poco descuidado. Soy un buen hombre, estoy seguro.
Busco trabajo en los clasificado pero
solo encuentro anuncios de mujeres ofreciendo servicios sexuales, al instante
vi a mamá por la avenida esforzando sus brazos cargar dos sacos. Corrí a su
ayuda.
Me encontré con un viejo amigo. Solté
los sacos y esboce una sonrisa preguntando en tono malicioso -¿Y tú?- Era
Samuel. Compartí dos años de la primaria con él, nunca fuimos grandes amigos,
pero esta vez no tenía más remedio que rendirme a ese sentimiento tosco en mi
interior. Me he revuelto los sesos intentando acostumbrarme al aislamiento,
pero me rindo y le doy un abrazo, al cual parece no corresponder, pero de todas formas
termina cediendo a mi nostalgia.
Después de hablar un pequeño rato, mamá
me dejó con los costales pidiendo que se los traiga en cuanto pueda. Samuel me
contó sobre Jerson. Un viejo amigo que en la primaria tenía la costumbre de
libar su mano derecha, habló acerca de
una infección. Me contó que chupó tanto su mano que debilito la piel que con el
tiempo se empezó desprender, no recibió un tratamiento adecuado por lo cual se
infectó dejando herida gran parte de su
muñeca. Me contó la gravedad del asunto y me sentí atraído, sentí que este año
no sería una pérdida y visitaría a un viejo amigo.
No había visto a Jerson por siete años
y tal vez hubiese sido por cuatro si no hubiera ocurrido el pleito que nos
desamistó.
Una pelea absurda, demasiado absurda
que nos llevó a caminos separados, nos condujo por luego miradas estrechas,
encuentros desagradables. Todo en adelante fue más difícil después de pelar con
un gran amigo.
No supe nada de Jerson. Intenté ubicarlo
por Facebook pero todo falló. Era la primera vez después de tanto tiempo que lo
iba a ver, así que me arme de valor y tal vez con un poco de cinismo me ensañe
en el camino gritando en mi interior: ¡Cambia mierda cambia! mientras la gente
veían mi rostro desorbitado alborotando el viento. Gritaba y el eco en mi alma
vacía se oía como un tambor palpitando desde su interior. Sé que está
terminando mi vida y yo la desperdicio, por eso canto como si fuera un pájaro
en busca de su bandada que va entonando en su interior y replico mis gestos de buen ánimo
una y otra vez imitando con descaro el animal que no soy, implicando toda
injusticia sobre mi ser sin importar de donde vengo o hacia donde voy. Ese día proseguí
con mi faena volcando toda miseria del pasado, toda riña, todo pleito sin
importancia.
Pero en realidad solo era una excusa.
Yo sabía perfectamente lo absurdo de mi esfuerzo.
En verdad no quería encontrarme con mis
amigos. Estoy avergonzado. Los últimos días antes de dejar esas tierras e irme
a Lima, hice alarde todo lo que creía que era bueno, restregando en sus
pequeños cráneos mi viaje a la gran ciudad. Pero más tarde descubrí que la
mierda huele mejor que Lima. Antes que dejara el colegio de aquel pueblo no
tuve tampoco la decencia de despedirme de mis mejores amigos, al cual entonces
no incluía a Jerson. Pero aquí estaba de nuevo viendo mis limitaciones con agrado, viendo que
soy mortal, y aprovecho este pequeño descubrimiento para sentir que soy alguien
más. La plenitud es la unidad, unidad que
hasta ahora me ha jodido y con la que pienso acabar con la visita a
Jerson.
Aquel día, toda desesperanza y reflejo
mío atisbaba el anuncio del mundo nuevo, del mundo real donde personas reales
programan su despertador y sus cabezas a las cinco y treinta de la mañana para
agitar los ojos con lagaña, vestirse, desayunar, salir a estudiar, trabajar.
No soy esto, ¡Carajo! ¿Pero que me
queda?
No me quedaba más remedio que
acostumbrarme al hecho de ser el enjuto más rompe huesos del mundo real, Donde
mi alma es tan estrecha que no da paso a
las ideas nuevas, donde no circula el espíritu y se corre el peligro de morir en
la soledad.
-De morir en la soledad ¿Entiendo?-
Hay que vivir, y hacer todo en cuanto
se pueda someter el cuerpo (eso dicen) es decir: soy humano, yo quería ser una oveja
y amamantar a mis crías, pero nací humano ¿Y qué? Solo tengo esta mierda y
quiero aprovecharla, si no lo hago ¿Quién chuchas lo va hacer por mí? Estuve
maravillado el día de mi descenso, donde
el cavernícola baja de su caverna a la ciudad nueva, donde la civilización
encuentra al salvaje al paso y sobre todo con animosidad de romper al más
bocazas. Me siento bien.
En toda esta esperanza, tenía también
un poco de miedo, sí, un poco de miedo a las personas. Como todo ser extraño,
siempre corre el peligro de extinción si se arriesga a dejar su madriguera,
puede que si el ser humano haya acabado con animales, también podrían
acabar conmigo. Pero como toda bestia, el animal siempre en cuanto esté herido
va a regresar a su cueva. En mi caso “Soy mi animal y soy mi cueva que da
consuelo a su criatura enferma” Pero ese día, estaba decidido a acabar con
esto. ¡A la mierda!
Llegué con ánimo a la casa del viejo
amigo, toqué la puerta de madera y me atendieron los perros que enseguida me
rodearon ladrando como si fuera uno de ellos. Estuve asustado un pequeño rato
hasta que alguien se acercó, era el hermano menor de Jerson. No lo reconocí al
instante pero lo reconocí luego al ver en su rostro conservar todavía esas
muecas infantiles que yo vagamente recuerdo. Calmó a los perros y preguntó
quién era, no dije nada de mí y solo pregunté por Jerson y me dijo que está
durmiendo, así que insistí, pero al parecer no quería entenderse conmigo.
Entonces le hablé sobre la amistad que tenemos y enseguida me prestó un poco de
atención, no hubo impresión en su rostro ni en el mío, entonces insistí de
nuevo si podría llamar a su hermano Jerson. Con un poco de incomodidad entró a
su casa de esteras y salió después de un minuto frunciendo enojo.
Jerson no quería visitas, pienso que
tal vez debería decirle quien soy, pero no me atrevo a joder su sueño y también
comienza mi inseguridad si en verdad quiero o no seguir con esto así que intento
convencer al chico que le dé un recado mío que tal vez con sus desganas piensa
ignorar.
"Dile a tu hermano que ha venido Elmer
a visitarle, espero que se mejore. Volveré otro día”
Estoy decepcionado de lo sucedido, pero
con ánimos pienso que tal vez es lo mejor, sobre todo para un jodido viejo
amigo como yo. Pero igual me encuentro abatido, giro la mirada a la casa de
esteras como si ella me llamara con una palmada, y veo con gran nostalgia las
épocas que habíamos vivido. Demasiada nostalgia.
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