lunes, 9 de diciembre de 2013

Pequeño hombrecito.

El tráfico y las ganas de orinar me interrumpen el sueño. Despierto enojado arrugando el rostro soñoliento y enseguida camino al baño tambaleando, no tengo resaca (no bebo) pero soñé algo verdaderamente mágico o algo así como un sueño profundo que me dejó estupefacto. Desperté como si despertara después de haberme sedado, pero todavía guardaba un poco de cordura, así que tomé del baño el jabón todavía empaquetado y la arrojé con todas mis fuerzas por dónde más se oía a los conductores tocar el claxon. Mi esfuerzo ha sido inútil, todavía suena el Ti Ti, pero sonrío y me siento satisfecho, ya oriné  y no me duele la vejiga y ya me desquité con los taxistas, así que vuelo por el estrecho a mi cuarto como una hada madrina flotando sobre el suelo dejando mi cuerpo caer en la cama. Se siente genial. No, ahora se siente mágico.

No sé después de cuanto tiempo, pero suena el teléfono, la ignoro por un pequeño rato, y al final como siempre contesto.


 –Bueno? –Dije con la boca agria.
–Cual bueno ¿¡A qué hora mierda vas a venir!? – Dijo con una voz verdaderamente endemoniada.
– ¿Quién es?
–Como que quién es hombrecito de mierda –dijo y se desorbitaron mis ojos – es más de medio día ¿vas a venir o no?
–Ah. Sí, sí –Dije viendo el reloj de pared – ya voy.
– ¡Apura!


Enseguida doy un brinco al suelo, me incorporo y  con el cuerpo erecto veo en el espejo mi rostro aceitoso, veo un orzuelo en el ojo izquierdo, no le tomo importancia por el tiempo. Cuelgo el teléfono. Ayer no me bañé, estaba muy estresado como para bañarme (tal vez deba ser un motivo para bañarse, pero para mí es un motivo para dormir) Giro y veo de reojo mi cuerpo de perfil, no está mal, he bajado de peso pero mi rostro aún sigue con el efecto del colesterol así que voy al baño a lavarme la cara pero no encuentro el jabón, abro el caño y no hay agua, recuerdo que no hemos pagado, entonces ideo un plan para mañana. Compraré una botella grande de agua mineral, no va alcanzar para bañarme, pero alcanzará para lavarme los dientes y la cara, los sobacos y un poco para mis sábilas.


De regreso a mi cuarto rápidamente  busco entre el montón de trapos de la silla mi jean azul, la encuentro y con dificultad introduzco mis piernas en su interior, continúo con las zapatillas negras, tomo el polo marrón y finalizo con una casaca gamuza que también es de color marrón. Salí despavorido a la avenida alisándome el cabello.


 Había dormido mucho y no me di cuenta de cuánto tiempo exactamente dormí después de haber despertado a orinar. Bueno no sé, pero mi teoría es que este trabajo cada vez me importa menos (en buen peruano “una mierda”)


Pero en realidad no importa. ¿Qué mierda te pasa Elmer? –Já. Ahora te vas a joder, sí, te vas a joder por pendejo. Pero qué más da, me eché una siesta de fantasía -sí, te echaste una siesta que merece un par de patadas en los huevos. No, en realidad, me siento calmado. Solo será un grito y sonrío elevando el brazo para llamar la atención, solo alguien me mira, giro a una panadería a comprar un vasito de yogurt y la chica que atiende se sonroja al ver en mi ojo el abultado orzuelo, le pregunto si cree que en verdad viendo el orzuelo se va a contagiar, me dice que sí, y en mi interior río porque en el pasado también me engañaron con eso.


–No te va a pasar nada.
–No, no te preocupes.
–Ah.


Tiene aproximadamente doce años, y  recuerdo que hasta hace tres años yo también creía que el orzuelo se podía contagiar, tengo dieciocho años y he dejado aquello, tal vez si hubiera insistido aún hasta hoy creería que el orzuelo es contagioso, pero poco a poco olvidé aquello, como luego de encontrar mi pata de conejo pudriéndose. Bueno cuando tenía ocho años no tenía dinero para comprar uno y justo cuando necesitaba suerte el abuelo mató a uno de sus conejos por el cumpleaños de la tía Mary.


Me quedo pensativo, mientras le quito la envoltura de aluminio que me impide tomar el yogurt. Llego a la avenida  donde siempre espero un taxi y enseguida se detiene uno azul.


–A donde lo llevo señor?
–Cuadra once de la avenida Marquez.
Asintió el taxista con la cabeza
–Cinco soles –Dijo con una mueca de asco viendo el orzuelo en mi párpado.
–Vamos –Dije con indiferencia.
 Soy pudoroso en cuanto a elegir mis palabras, prefiero evitar cualquier tipo de altercado que me pueda relacionar con los demás.
–Tu silencio es bastante agradable –refunfuñé a mitad de camino.
–El clima está loco –Dijo como si me hubiera escuchado.
–Mierda – murmuré a sus espaldas.
– ¿Qué?
–A mí me parece normal  –Dije viendo con indiferencia a través del parabrisas.
–No señor, a mí me parece una mierda  –Dijo y pensé rápidamente que mi vida corría peligro – Ayer hacía calor y hoy hace un frío del asco.

Elevé la mirada buscando sus ojos en el retrovisor, me vio y se sonrojo por un instante y se limitó a conducir.
–Tiene usted razón.
–Sí, ¿Y cómo se llama usted? –Dijo y pienso que el tipo está alcoholizado.
– ¿Cuánto falta?
 –Dije después de un minuto.

Hubo  un silencio hasta finalizar el recorrido. Me presumo un hombre calmado, por eso finjo que llevo las cosas bien. Pero en realidad quisiera estrellar su rostro contra el timón, darle un puñetazo y luego salir corriendo a perderme entre la gente. Pero no me conviene ser atrapado. Mis pies son demasiado torpes, a lo mucho cruzaré media cuadra sin que me tome de la espalda y me zampe un par de puñetazos gritando: ¡Adonde vas hijo de puta! Así que bajo del taxi, lo pienso una vez más y tomo por consiguiente ser el buen hombre que aparento.

–Tome señor  – Dije con una hipocresía del infierno.
–Muchas gracias joven.

Y se fue mi amiguito el taxista, ya jamás lo volveré a ver, por alguna razón lo extrañaré.

Minutos después  Jaime enojado por mi tardanza, me permite defenderme esta vez, pero yo simplemente callo, mi silencio es incomprensible y al parecer desesperante para él. Así que en mi cabeza busco la manera de convencerle aquel hombre que soy un buen tipo, que solo necesito paciencia. Sin importar lo que diga terminaré por arruinar mucho más su día, entonces me quedo callado. El habla y no le pongo atención, mi mente hierve en imágenes de mi vida pasada. Los valles fríos, el rocío entre la hierba mala, el río cristalino, niños jugando a las escondidas, mis amigos, nada más importante y hermoso de ese día.


Jaime se retira y descaradamente me siento en mi puesto de trabajo. Prosigo con mi faena. Me he atrasado tres horas, así que tengo que terminar mis deberes lo más pronto posible, pero me encuentro un tanto deprimido así que enciendo la computadora y busco en YouTube música Hindú. Intento número uno fallido. Lo intento con Europe de Santana y vuelvo al fracaso. Busco porno y logro excitarme. Pienso: Intento número tres exitoso. Sin que nadie me vea empiezo a tocarme por encima del pantalón y más tarde entro al baño a masturbarme.
 El día finalizó de manera correcta en el trabajo, solo fueron tres horas de atraso, pero las compensé haciendo unos trabajos extra así que me siento satisfecho y camino por las calles de Lima intentando no ser evidente. Lo sé.


Intento no ser evidente, pero muchas personas me miran. Lo sé perfectamente, tengo un rostro bastante extraño. En varias ocasiones al verme en alguna vitrina cualquiera de un sitio cualquiera, veo un rostro cualquiera. Un rostro extraño. Un rostro en manifiesto. Una bandera de la decadencia, el símbolo de la desesperanza. Un rostro antiguo con costumbres melancólicas. Un rostro pesado difícil de llevar. Un rostro sin sentimientos, sin voluntad.
Un rostro sin amigos, con padres pero lejos, con hermanos pero sin ellos, con un gato pero callejero. Un rostro extraño, pero no desconocido. Un rostro en compañía, pero sin nadie. Un rostro sin nadie pero consigo mismo.  Un rostro que cree en los demás, pero no en sí mismo. Un rostro que odia a los ricos, pero que quiere ser rico. Un rostro que quiere a los pobres, pero no quiere ser pobre. Un rostro soñador, pero perezoso.
Un rostro amigo de la vida pero con impulsos suicidas. Me veo en la vitrina y recuerdo todo esto. Y una mueca grotesca de risa altera mis sentidos, rio descaradamente sin importar que me vean. Mi plan es: que solo tengo dieciocho años y creo que algún día escribiré todo esto, ahora solo tengo que relajarme
, ir a casa, sentarme en la cama con la espalda en la pared, encender la tv y beber una gaseosa.

1 comentario:

  1. Y si te confieso que te quiero? Que necesito abrazarte junto con todos tus defectos, no quiero que se escape ninguno, dame lo amargo, lo rasposo, lo que espine y me lastime. Te necesito completo, que te sientas libre. Yo amo tus parches, tus piezas despintadas, tus ojeras demacradas y tus paredes grafiteadas. Y agradezco a tu atención distraída, pues bien sé, que jamás leeras esta barata poesía.

    ResponderEliminar